Mi historia como fotógrafo comenzó allá por el año 1975, cuando me encontré con una cámara que pertenecía a mi padre. Era una maravillosa Leica, una auténtica joya que despertó mi curiosidad y pasión por la fotografía.
Junto a mi hermana Alicia, decidimos embarcarnos en esta maravillosa afición. Montamos un pequeño laboratorio casero, y aún puedo recordar el inconfundible olor de los líquidos y la magia que experimentábamos durante el proceso de revelado.
Comprendí desde el principio que la buena luz es clave para capturar momentos únicos, y eso es precisamente lo que encontraba durante mis veranos en Palma de Mallorca.
Recuerdo a mi amiga Isabel, una fotógrafa austriaca muy divertida, que tenía una super Nikon y conseguía fotos espectaculares. Siempre comparábamos nuestras cámaras de reojo y nos preguntábamos que cámara era mejor. Aunque parecía que la Nikon tenía ventajas, llegamos a la conclusión de que la calidad de las imágenes no dependía únicamente de la cámara, sino del fotógrafo.
No quiero que mis fotos acaben en un cajón o perdidas en algún lugar.
¡Quiero que mis fotos perduren cerca de ti!
Carlos López-Ibor